Participar y aportar valor al cuidado del ambiente requiere que estemos convencidos de que será beneficioso y que poseemos la habilidad de vincularnos con las oportunidades disponibles, las cuales no son siempre obvias a primera vista, como tampoco lo es la forma de aprovecharnos de ellas.
“Cuando quieras cambiar y mejorar el mundo y su gente, empieza por tu persona; comienza por revisar y ajustar tus creencias”.
Debemos contar con el permiso, por decirlo de alguna forma sencilla, de nuestra mente, la cual utiliza filtros muy rigurosos que permiten o frenan el paso de lo que pensamos, creemos o hacemos.
La efectividad de las acciones que emprendemos para solucionar y controlar la crisis ambiental depende de las creencias que arrastramos de toda la vida y en las cuales sustentamos nuestras decisiones, por lo que es fundamental concienciarnos del poder que ejercen sobre nosotros. Ser más racional se sustenta en la capacidad de percibir la realidad de manera más diáfana, sin ambigüedades, con información y conocimientos sólidos de lo que obtenemos del ambiente y que debemos conservar para sobrevivir, el desarrollo de una mentalidad crítica.
Steven Pinker, psicólogo de Harvard, en su libro, “Rationality” (2021), analiza el éxito de tribus aisladas del Kalahari, África, quienes sobreviven en precarias condiciones de vida y alejados del resto de la civilización, observando que su racionalidad es innata, ¡no es fruto de la evolución! Aplican el pensamiento crítico y no confían solo en los instintos primarios, razonan usando argumentos, no imposiciones; hacen distinciones lógicas y evitan falacias en lo que observan. Todos disponemos por lo tanto de esta facultad por naturaleza que se realza cuando el entorno es adverso, y está sujeta a que decidamos o no utilizarla, algo que de igual manera debemos racionalizar.
Actuamos en entornos variados que nos vinculan con el cuidado del ambiente donde podemos aplicar esta racionalidad: en el trabajo, las relaciones sociales, la familia, las instituciones de la sociedad; en las posturas que asumimos y en el comportamiento que desplegamos. En todos ellos tenemos las oportunidades de dar nuestro aporte para ejercer la responsabilidad en su protección, según las posibilidades y competencias que están a nuestro alcance.
El acceso a estas oportunidades depende de nuestra actitud mental. Los pensamientos son energía y por su intermedio nuestras acciones se vuelven realidad, siempre y cuando estemos convencidos de que ellas son las correctas, ya que la mente consciente no permite que ejecutemos algo en lo que no creemos. Estos controles son tan rigurosos que, si no nos preocupamos por aprender a manejarlos, nuestras mejores intenciones se quedarán en el camino como sueños efímeros.
La eficacia en la utilización de los pensamientos se sustenta en la Ley de la Atracción, atraemos lo que pensamos… y por su intermedio forjamos la realidad que emergerá frente a nuestros ojos; tenemos primero que creer que la crisis que atravesamos la podemos sobrepasar para que el colectivo se sienta con la confianza y las facultades necesarias para superarla y así poder visualizar una sociedad sin problemas ambientales, la nueva realidad física forjada por nosotros mismos.
Si no lo pensamos, no lo podemos crear; si no lo creemos, no lo podremos llevar a cabo.
Revisar el marco que nos sirve de referencia para nuestro funcionamiento mental es fundamental pues todo lo que te sucede es por causa de tus creencias; limpiarnos de las interferencias que causan creencias inadecuadas para remover cualquier negatividad, es la higiene mental que requerimos. Las creencias que manejamos determinan nuestras actitudes, posturas y el comportamiento que manifestamos en nuestro entorno: Si no lo pensamos, no lo podemos crear; si no lo creemos, no lo podremos llevar a cabo.
Podrás aprovechar las oportunidades que se te presenten si crees que ellas son correctas y darán resultado; si pensamos que nuestra acción personal no servirá de nada pues el resto de la humanidad no colabora, ya nos auto-limitamos. Si no somos optimistas acerca de que el ambiente se puede recuperar y que superar la crisis es posible, esto nunca sucederá; esforzarnos por aprender a vincularnos con la información relevante, veraz y confiable que refleje más nítidamente la realidad es fundamental.
Hay que desarrollar la inspiración (en tu mente) y la acción (con tu mente y cuerpo), ambas a la vez, para que las cosas sucedan, ya que no es suficiente imaginárselas.
Aprender a diferenciar lo que es EFICAZ y lo que es eficiente es la forma de valorar el uso que hacemos de la energía universal: una “conducta EFICAZ” se sustenta en cuidar, proteger… mientras una conducta ineficaz en abandonar, aislarse… De la misma forma, una “conducta EFICIENTE” es colaborar, respetar… una conducta ineficiente es entorpecer, ser indiferente…
Interpretar lo que sucede en el entorno, escudriñar la información y diferenciar la que sea correcta de la que no lo es, ser capaces de formarnos un criterio personal que se acerque lo más posible a la realidad y a la verdad, demuestra que nos hemos desarrollado apropiadamente como raza humana.
La crítica constructiva ha sido el fundamento del desarrollo científico y estructural de la humanidad. Es un fin que necesitamos alcanzar y alentar pues representa la vacuna, la profilaxis contra las malas decisiones que la humanidad podría tomar. Forjarla en un número cada vez mayor de personas contribuirá con el desarrollo de la conciencia colectiva centrada en la realidad que exige el cuido del ambiente, nuestra supervivencia.
La energía efectiva para cuidarlo está en las creencias que manejas tú y el colectivo; referirlas cada vez más al conocimiento actualizado que posee la humanidad representa un esfuerzo personal y colectivo gratificante dado su rol determinante en la toma de decisiones para salvar el planeta.
“Tu poder está en hacerte cargo de tu interferencia inconsciente, hacerte creíble contigo mismo”.