Y dijo el zorro al Principito:
“Si me domesticas, nos necesitaremos el uno al otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo.”
Somos responsable para siempre de lo que domesticamos.
A lo largo de nuestra existencia, los seres humanos hemos intentado domesticar al medio ambiente, aunque los resultados dictaminen que esas acciones se han vuelto en nuestra contra debido al mal manejo, incomprensión o indiferencia, en el uso de los recursos del ambiente y la energía universal.
Domesticar es crear vínculos; y somos, en mayor o menor grado, responsables de lo que domesticamos, incluso cuando nos referimos al uso de los recursos del medio ambiente y la energía universal.
El manejo de la energía universal en la sociedad está en las manos de cada uno de nosotros, de forma muy personal, y las leyes de la energía así lo han puesto de manifiesto desde el principio de nuestra existencia. Aunque, irónicamente, cada vez parecemos más evolucionados, nuestro nivel de conciencia como especie no pareciera ir en la misma dirección del planeta; más bien, insistimos en orbitar con nuestras propias leyes y dictámenes que solo buscan satisfacer deseos individuales y que van en contra del ambiente que nos soporta.
La raza humana tiene a su disposición la energía del Universo de forma gratuita, pero ello conlleva una reciprocidad, respeto y entendimiento, producto de una domesticación acordada entre ambos flancos: Ser humano y medio ambiente.

La tentación por aprovecharnos de ella vorazmente y disfrutar de ese regalo que parece ser ilimitado, es simplemente una quimera que no debe ser tomada a la ligera. La realidad es que la oferta y cesión de esa energía está circunscrita y regulada por sus propias leyes, las cuales imponen y nos demandan cumplir una cierta conducta, equitativa y justa… por así decirlo.
Dejarnos domesticar los unos a los otros, por el mutuo beneficio de sobrevivir.
Nos enfrentamos a cambios universales, de escala planetaria, que están en pleno desarrollo y exigen de nosotros mucho esfuerzo y mucha energía para enfrentarlas, controlarlas y equilibrarlas; sin ninguna garantía de tener éxito y que la acciones sean efectivas, pues no todos los avances tecnológicos y científicos han sido precisos o perfectos; más bien, son una larga retahíla de aciertos y errores.
Cada vez más es el ser humano el protagonista, centro y causante de los peligros que nos amenazan: Conflictos continuos, pestes, sequías, hambrunas severas por no cuidar los suelos para la siembra, tala indiscriminada de los bosques que son las fuentes de agua, la contaminación atmosférica como consecuencia de un desarrollo económico irresponsable e irracional, calentamiento global, las conductas individualistas de países, sociedades, grupos y personas en cuestiones de interés comunitario y de una tecnología sin ecología.
El aislamiento de nuestra conciencia ambiental al negar estas realidades, nos ha convertido en una sociedad insostenible. Parecemos ser el villano en esta historia y el ambiente: el héroe, que intenta vencer al mal y restaurar el equilibrio; la luz confrontando la oscuridad.
Muchas de las razones de este comportamiento están relacionadas con las raíces motivacionales del ser humano, esas que nos energizan y guían nuestras acciones. Edward De Bono, psicólogo de peso en el estudio del desarrollo de la inteligencia, prioriza tres de ellas en la toma de decisiones:
La primera: “La codicia y apetencia por el lucro sin importar sus consecuencias; la segunda: La pereza o flojera expresada en el facilismo, reducción del esfuerzo, la búsqueda del confort y la tendencia al individualismo; el aislamiento, que sirve como evasiva para que nos esforcemos por ponernos de acuerdo entre nosotros mismos”; dos motivadores de la conducta humana que han pesado más que la tercera y principal como especie: “El miedo a no poder sobrevivir”.

Tenemos el privilegio de poder transportar la energía universal a la sociedad; está en nuestra vitalidad y tenemos la libertad de decidir, pues las leyes de la energía así lo han puesto de manifiesto.
En la evolución humana están impresas las huellas de nuestra intervención sostenida y determinante, siendo autores y controladores de los acontecimientos históricos de la humanidad y, por lo tanto, también los responsables. 3.500 millones de años de existencia en el Universo, en los que la raza humana tiene apenas 300.000 años evolucionando, nos abren la oportunidad para aprovecharnos del aprendizaje de otras especies que han logrado sobrevivir pese a las cinco extinciones masivas de la vida en la Tierra; siendo la última la que hizo desaparecer a los dinosaurios hace 65 millones de años.
La extinción de la raza humana solo sucederá si voluntariamente dejamos de atender esta crisis, si la permitimos o promovemos, por lo que es urgente y humano esforzarnos por prestar más atención a los acontecimientos ambientales que se están llevando a cabo, aplicando colectivamente la energía que el Universo nos entrega, para que podamos construir un futuro próspero donde ser humano y ambiente puedan convivir en armonía.
Recibimos lo que damos.
Recibimos lo que damos… y nuestro ambiente, dentro de su complejidad, acepta por instinto el gesto más simple de bondad y cuido en busca del equilibrio.
Para ello, se hace más que necesario domesticar nuestro instinto para reconocer nuestro papel y responsabilidad con el medio ambiente y así revelar nuestra importancia y responsabilidad con el entorno que nos rodea; haciendo un manejo justo y balanceado de la energía que nos ha provisto el Universo y recibir con alegría la aceptación y conformidad del nuestro medio ambiente. O usamos esa energía inteligentemente para vivir respetando al medio ambiente o la usamos negligentemente para destruirnos entre nosotros.
E insistió el zorro al Principito:
¡Por favor… domestícame!… Solo se conocen las cosas que se domestican… Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. ¡Si quieres un amigo domestícame!
Hagamos del medio ambiente nuestro amigo, conócelo y déjate domesticar por su majestuosidad y sabiduría… ¡Haz el cambio!
«Gracias por acompañarme en este viaje».
Escrito por
Víctor José Falcón Borges
El Don de la Energía
