¿Si incidimos en el comportamiento humano haciéndonos más conscientes en pro de salvar a la humanidad de su propia destrucción, acaso no pudiésemos revertir el daño que hemos causado al ambiente?
En la actualidad atravesamos por una crisis ambiental que ha puesto en riesgo nuestras vidas y que estamos obligados a enfrentar y resolver.
La naturaleza humana y sociedades que constituimos operan bajo el principio de la racionalidad limitada: Decidimos con la información que tenemos a la mano y en la que mejor se amolda a nuestras creencias; se nos dificulta o ignoramos anticipar los efectos a largo plazo de la tecnología y las consecuencias que se generan por no esforzarnos en lograr un comportamiento colectivo que evite nuestra autodestrucción.
Vemos en la industrias, gobiernos y servicios públicos a los únicos causantes del desastre ambiental, sin percatarnos que no son robots, que nosotros mismos los hemos justificado y creado, dirigimos su desempeño y somos corresponsables de sus resultados y, por consecuencia, de sus efectos colaterales.
Invadimos el hábitat de animales salvajes que han servido de puentes para la propagación de enfermedades que no habíamos conocido antes; las recientes pandemias de SARS, Dengue, Chikungunya, Ébola y el Covid-19, han creado una situación insostenible para la salud y para la estabilidad económica del mundo.
Hemos utilizado la energía del Universo cada vez en mayores cantidades en el desarrollo económico, lo que ha multiplicado las conveniencias en bienes y servicios para una cantidad creciente de consumidores; aunque, por otro lado, hemos contaminado el ambiente a niveles tales que los sistemas naturales no tienen la capacidad de procesar la inmensidad de desechos producidos por la actividad humana.
Combustibles fósiles que crean el efecto invernadero, refrigerantes que destruyen el escudo protector de la capa de ozono, aislantes térmicos que bloquean la respiración de los humanos, la amenaza de las armas nucleares que nos ponen al borde del apocalipsis, el uso y producción indiscriminada de plásticos (un gran invento de múltiples aplicaciones beneficiosas con el que hemos afectado al medio ambiente que aún no hemos aprendido a utilizar correctamente), sin dejar de mencionar los costos incrementales para atender desastres naturales que estamos observando cada vez con mayor frecuencia.
Somos una especie privilegiada que ha generado grandes avances con la energía que nos regala el Universo y demostrado que, cuando percibimos problemas, disponemos de las capacidades necesarias para remediar el daño.
Incursionamos en desarrollos tecnológicos peligrosos que no hemos aprendido a operar con eficiencia intentando acelerar, optimizar y mejorar la productividad empresarial. La tecnología está produciendo efectos de mayor alcance: La inteligencia artificial ha limitado las plazas de empleo para muchos operarios cuyas habilidades y actividad ya no son necesarias; la dificultad de lograr que casi el 90% de la población mundial se integre al desarrollo colectivo, y el hecho que las 2/3 partes de la masa trabajadora hoy obtiene su sustento de la economía informal, nos muestran un panorama sombrío.
En esta realidad que apenas hemos esbozado someramente, lo positivo es que conocemos su origen único: nosotros mismos; cuando se identifica la causa de un problema se facilita su solución. Si mejoramos el comportamiento de nuestra especie en el cuidado del ambiente tendremos la clave para escaparnos de los efectos nocivos que se generan por nuestro descuido, indiferencia o irresponsabilidad, un reto tan desafiante que no podemos enfrentar solos, pero cobra más sentido cuando lo afrontamos en conjunto como parte de una conciencia colectiva con criterio y respeto al medio ambiente.
Cabe preguntarnos de nuevo:
¿Si incidimos en el comportamiento humano haciéndonos más conscientes en pro de salvar a la humanidad de su propia destrucción, acaso no pudiésemos revertir el daño que hemos causado al ambiente?
La respuesta es bien clara y está contenida en la misma pregunta: Sí.
Si incidimos en el comportamiento humano (la causa) y lo mejoramos, podremos salvar la humanidad (el efecto) revirtiendo el daño que hemos causado al ambiente que la cobija.
Somos una especie privilegiada que ha generado grandes avances con la energía que nos regala el Universo y demostrado que, cuando percibimos problemas, disponemos de las capacidades necesarias para remediar el daño si tenemos la voluntad de hacerlo, focalizando toda nuestra energía hacia el objetivo correcto: sobrevivir.
Habrá que tocar muchos intereses, grupos de poder y conciencias de distintos niveles de desarrollo; y esto no es, ni será nada fácil, aunque el instinto de sobrevivencia del ser humano aflorará como la fuente energética que podemos rescatar y activar para asegurarnos el derecho a vivir, porque sin vida y sin salud, no hay futuro.
Quizás ya hay muchos debates y reflexiones acerca de este tema en nuestro día a día. El Qué, Cómo, Quién, Por qué y el Dónde parecen tener sus respuestas… pero debemos elegir el Cuándo, y “el ahora” es el mejor momento para comenzar; ojalá tengamos aún el tiempo para actuar con efectividad.
Si decides formar parte de este cambio, ya somos dos.
«Gracias por acompañarme en este viaje».
Escrito por
Víctor José Falcón Borges
El Don de la Energía