La humanidad enfrenta tres problemas vinculados al mundo natural muy relacionados entre sí: la crisis climática, la pérdida de biodiversidad y la polución del ambiente y solo con el esfuerzo de todos los podremos resolver.
«La naturaleza siempre vela por la preservación del universo.”
¿Cómo lograr que las mayorías se enrolen en el cuidado del ambiente, donde somos tanto la causa como los principales afectados?
La naturaleza siempre encontrará la forma de recuperarse y aunque no lo creamos, ni es la encargada de cuidarnos como especie ni tampoco le hacemos falta.
Las abejas, luego de más de 100 millones de años de evolución, desarrollaron esquemas muy efectivos y utilizan el exterminio para sacar de circulación a las compañeras que entorpecen la operación normal del panal; sintetizaron neurotransmisores, el ácido oleico, con el que comunican la anomalía al grupo y logran una respuesta inmediata, un comportamiento muy eficaz y por ser aceptado por las integrantes de la colmena, muy eficiente.
Somos una especie que con solo unos 300.000 años de evolución no ha alcanzado el sentido común para cuidar de su propia seguridad.
La entropía del universo promueve la diversidad en el comportamiento humano para poder experimentar e identificar las mejores opciones de sobrevivencia con las cuales dirigirnos, como a ratones de laboratorio, hacia un destino más civilizado y seguro; un hecho acerca del cual podemos ejercer cierto control si tomamos conciencia de que la evolución mantendrá activo lo que ha demostrado ser útil, o dicho de otro modo, no repetirá lo que no le ha funcionado.
La conciencia colectiva… una evolución en curso.
Pensar que podremos lograr una humanidad que, en su mayoría y a corto plazo, se comporte de manera uniforme y disciplinada resulta cuesta arriba.
Para controlar la mala conducta de quienes, en persona o a través de sus oficios, funciones o empresas, dañan el ambiente, nos regimos por el marco legal aceptado como sociedad para sacarlos de circulación, y siendo más indulgentes que las abejas, ponerlos tras las rejas.
Tal vez las respuestas están en las enseñanzas de los filósofos de la humanidad, las cuales nos han permitido funcionar en comunidades civilizadas.
La parábola de “El trigo y la cizaña” (Mateo 13:24-30 RVR 1960), más allá de sus raíces y mensaje conciliatorio, es una enseñanza colosal para enfrentar la situación de la diversidad de comportamientos de la gente en el cuidado del ambiente (1):
Reseña narrativa de la parábola: Un empresario agrícola seleccionó y sembró la mejor semilla de trigo; sus enemigos se encargaron de mezclarla con semillas de cizaña, una yerba mala, y cuando el trigo germinó se hizo evidente. El propietario decidió no eliminar la cizaña aun cuando afectaría el crecimiento del trigo. Por el contrario, permitió que crecieran juntas pues de esta manera el trigo, ante la amenaza de la cizaña, se fortalecería. Solo en el momento de la cosecha se retirará la cizaña y se destruirá, así cosecharemos un trigo más fuerte y productivo… y la estrategia funcionó. (1) “Qué hacer con la gente insoportable” (Padre Roberto Sipols – YouTube).
Aceptar la diversidad humana es lo racional, como también lo es que, en consecuencia, tenemos que aprender a convivir con quienes no se apegan a nuestra forma de pensar, o no nos gustan, o inclusive, no cumplen con su responsabilidad con el ecosistema.
Son ellos quienes, por la amenaza que representan, nos fortalecen en nuestro empeño por cuidar y proteger el ambiente, pues nos inducen a captar energía extra para controlar su desorden (entropía), energía que podemos luego transformar y capitalizar como fortalezas internas adicionales en lo personal y en respuestas más coherentes del colectivo de la sociedad.
De acuerdo con la parábola, sobreviviremos y los infractores ambientales, sus negocios y emprendimientos, se irán descontinuando. Estas realidades ya son un hecho: las termoeléctricas se están desmantelando, las energías renovables se desarrollan con intensidad; no tenemos plomo en la gasolina, ni fluoro carbonos para refrigerarnos, ni detergentes que no se biodegradan, ni asbesto que nos impide respirar. La responsabilidad social y la ética empresarial, de forma lenta pero sostenida, terminarán por imponerse.
Un marco regulatorio eficaz con leyes precisas y justas que frenen el continuado deterioro ambiental, y una supervisión cercana eficiente con la participación y contribución de todos para garantizar su respeto y cumplimiento, es lo que con seguridad funcionará.
“Mientras más fuertes sean tus pruebas, más grandes serán tus victorias.«