Tomar el camino correcto frente a la encrucijada de la crisis ambiental se ha convertido en una decisión vital para nuestra especie.
«Las primeras mediciones de dióxido de carbono (CO2) en 1958 en Mauna Loa, Observatorio Astronómico de Hawái, pusieron en duda a una comunidad científica de entonces que creía que los océanos y la vegetación eran capaces de absorber todos los gases que se producían en el planeta.»
Los científicos nos han venido alertando por 70 años del camino equivocado que estamos siguiendo al dañar el ambiente y, a pesar de las buenas intenciones, las señales de alerta no se han acallado, la crisis se mantiene y profundiza y la probabilidad de ocurrencia de una potencial sexta extinción de la vida en nuestro planeta sigue en aumento.
Tenemos la esperanza de revertir la crisis climática sin precedentes que enfrenta nuestra civilización mediante la incorporación de las nuevas tecnologías renovables; a primera vista son las corporaciones y gobiernos de las grandes economías del mundo quienes tienen los recursos y herramientas para controlar esta situación.
¿Cómo es que llegamos al aquí y al ahora donde nuestra sobrevivencia se encuentra amenazada? Una pregunta que nos puede allanar el camino hacia un escenario futuro donde podamos, con lucidez, reorganizar la sociedad actual.
Cada uno de nosotros es el causante del problema y también parte de la solución; disponemos del legado de la experticia de los miles de años de civilización humana, el recurso que esta vez debemos utilizar correctamente.
Al identificar los aportes incrementales de energía que los humanos hemos recibido en las distintas etapas de la evolución humana, los podremos utilizar como herramientas, que sumadas, nos facilitarán resolver la crisis climática y social que atravesamos.
El Universo nos está ofreciendo una era amigable.
La evolución de la raza humana ha sobrevivido a numerosos cambios climáticos que han amenazado nuestra existencia (en algunos a duras penas), aunque no tenemos garantías de que saldremos airosos del próximo.
Fueron cambios ambientales originados por la naturaleza, pero los que hoy día sufrimos, los provocamos nosotros mismos.
Hemos tenido la suerte de vivir en el inicio de una era más caliente que apenas comienza y debería durar decenas de siglos, el Antropoceno, cuyo nombre vincula a los humanos con pronósticos de una probable nueva edad de hielo si no corregimos el efecto invernadero que hemos creado.
Es nuestra propia existencia la que está en riesgo. Tratar de entender lo que está sucediendo y los acontecimientos que están teniendo lugar, analizar cuál debería ser nuestra respuesta ante estos hechos y asumir una postura personal a nuestro alcance para contribuir a las soluciones, es fundamental.
Ante problemas que no sabemos cómo enfrentar es fácil desmotivarse y llegar a la conclusión de que es como arar en el mar. Los humanos tendemos a simplificar al máximo las cosas “incómodas” que observamos y así, al ponerlas fuera del alcance de nuestros sentidos, logramos sentirnos confortables al reducir la ansiedad.
También es muy humano proyectar esta responsabilidad en los demás; le echamos la culpa a los políticos, tecnólogos, comerciantes, empresarios, gobernantes, científicos, vecinos, colegas, compañeros y hasta a nuestros enemigos: “que ellos resuelvan sus problemas”.
El aporte generacional.
La generación de nuestros abuelos encontró soluciones revolucionarias para el desarrollo de una economía floreciente durante el siglo XX utilizando la energía solar resguardada en el carbón, petróleo y gas, cuyas consecuencias se hicieron evidentes a mitad de este siglo cuando la generación de relevo desenmascara sus efectos negativos y se inician acciones para detener la asfixia silenciosa que nos desafiaba.
Solo muy recientemente, la comunidad mundial finalmente emprendió un esfuerzo colectivo en la COP 2015, París, para combatir una crisis anunciada desde los años 60’s y que está produciendo desastres ambientales cada vez más severos en todo el ecosistema en el ámbito mundial.
A pesar de ello, la respuesta ante esta inminente amenaza ha sido la indiferencia y el escepticismo de organizaciones, empresas y personas, un respaldo plagado de ambigüedades y por ello, inefectivo.
La evolución nos ha permitido hacer uso de cantidades cada vez mayores de la energía del Universo para nuestro beneficio, y si identificamos las etapas que han tenido lugar por separado, podemos encontrar ideas y mejorar su uso para salir de la crisis ambiental actual, donde las leyes de la energía tienen la clave para retomar el control de la naturaleza mediante los cambios y adaptaciones guiadas por sus principios de funcionamiento.
Muchas empresas han emprendido el ajuste continuo de sus operaciones para ser amigables y protectoras del ambiente; una evidencia del desarrollo de una conciencia colectiva más realista que aglutina los esfuerzos de muchas personas para revertir la crisis climática que nos aqueja y evitar su persistencia o replicación en el futuro.
Las nuevas generaciones nacidas a partir de los años 80, todavía algo incrédulas de las conclusiones de los estudios prospectivos acerca de una crisis que ya se hizo presente y luce irreversible, tendrán que conducir una colectividad que se deberá encargar de remediar el daño causado.
Ellas deberán constituir una sociedad “ad hoc” (a la medida de…), con un sentido de propósito común sin precedentes en la historia de la humanidad para conformar una sociedad renovada en su estructura y funcionamiento y así evitar que el desastre ambiental después del 2050 sea aún mayor.
Ante esa encrucijada se encuentra nuestra especie: un camino con un futuro próspero en convivencia con nuestro planeta y otro insostenible y en conflicto que debilite los convenios naturales y lo colapse irreversiblemente.
Hagamos el cambio y tomemos juntos la vía correcta para avanzar hacia una sociedad más tolerante y respetuosa de nuestro ambiente.
«Los conflictos nacionales e internacionales nos dejan sin preparación para un trío de crisis inminentes: emergencias de salud global, cambio climático transformador y la revolución de la IA.»